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Philip K. Dick, el filósofo escritor

13 marzo 2011 1 commento
El presente artículo fue publicado en el periodico mexicano La Jornada el día 13 de marzo de 2011.
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La reflexión acerca de la sutil frontera que separa lo humano y lo sobrenatural, entre seres vivientes, de carne y hueso, y las máquinas que actúan como si fueran entidades reales y pensantes, atraviesa la mente de la humanidad desde hace mucho tiempo. Dicha reflexión ha encontrado distintos espacios de desarrollo. Las más populares han sido la literatura y la cinematografía. En este sentido, una referencia ineludible es el escritor estadunidense Philip Kindred Dick, quien murió el 2 de marzo de 1982, en Santa Ana, California, a la joven edad de cincuenta y tres años.
Sin embargo Philip K. Dick (PKD), quien escribió y vivió relativamente desapercibido por la gran crítica literaria (con algunas excepciones), trasciende la esfera literaria. Su obra, muy prolífica y contradictoria a lo largo de casi treinta años de actividad, no sólo renueva el género literario en el que se le ha colocado, la ciencia ficción, sino que propone temas, enfoques, puntos de vista (visiones, diría él), que nada tienen que ver con la ciencia ficción clásica, sino con temas que son tocados por otras disciplinas sociales, como la filosofía, y más en específico la epistemología.
Se dice que Dick escribió ciencia ficción. Sus mundos extraterrestres o sus visiones del futuro lo adscribirían a este género tan variado y tan influyente sobre enteras generaciones de jóvenes estadunidenses del siglo pasado. Pero PKD escribe una ciencia ficción peculiar que rompe, antes que todo, con la llamada “época de oro” del género, cuyo maestro principal fue el culto y reconocido Isaac Asimov. Contrariamente a otros autores, PKD rompe con los clichés del género, ya que no presenta héroes resolutorios de invasiones de extraños seres procedentes de otros mundos. Nunca ofrece visiones de un futuro lejano tecnológicamente avanzado en el que el bienestar generalizado es la norma. Es también por esta razón que muchos identifican en PKD a un precursor del género cyberpunk.
PKD nos ofrece un mundo en el que el futuro no es el mañana. El futuro –o más bien el tiempo– es una variable más en la vida humana y se transforma y muta según quien lo mira y lo vive. Sus personajes son personas “comunes”, humildes, dotadas en algunos casos de facultades peculiares, pero que no los hacen mejores que otros, sino simplemente personajes más complejos. La psicología de los personajes se enriquece con la visión psiquiátrica del autor y las contradicciones de los personajes –y sus vivencias– son tales que difícilmente el lector termina en paz con ellos o con los sucesos descritos. PKD es otra ciencia ficción. Es la ciencia ficción del presente sin sentido. Del presente que no espera, sino que tiene frente a sí una utopía pesimista.
La obra
PKD escribió treinta y seis novelas en treinta años y al menos 121 cuentos cortos. A pesar de haber ganado el Premio Victor Hugo en 1963 por la novela El hombre en el castillo, Dick fue por mucho tiempo –hasta después de su muerte– descuidado por la crítica literaria “oficial”. Fue justamente en 1982, pocos meses antes de ese 2 de marzo, cuando un colapso cardíaco truncó su vida, que PKD surgió a la fama internacional gracias a la película Blade Runner, del director estadunidense Ridley Scott. La película, protagonizada por Harrison Ford y piedra miliar del cine de ciencia ficción, toma como inspiración la novela dickiana de 1968 ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Aun desvirtuando el contenido real de la novela, la película logra meter en la pantalla grande parte de la obsesión de PKD: la ruptura de la frontera entre ser humano y ser artificial, la sutil línea que debería separar la naturaleza humana de la naturaleza artificial (oxímoron típico de la literatura de Dick), que lleva a mezclar las dos partes confundiendo el sentido último del ser vivo.
El hombre en el castillo (1963) es quizás una de las obras más emblemáticas del autor estadunidense. Típico ejemplo de ucronía, en ella PKD imagina un mundo en el que los alemanes y los japoneses han ganado la segunda guerra mundial y dominan al mundo. Los personajes viven en un Estados Unidos dividido entre las dos potencias ganadoras, atreviendo un paralelo entre la dictadura nazis –similar al imperio soviético– y la dictadura japonesa –más sueva, pero también más sutil y entonces parecida, según el autor, al imperio estadunidense. En este mundo al revés, además, existiría un libro “prohibido” en el que se cuenta la historia de un mundo en el que los aliados han ganado la guerra. El carácter emblemático es enriquecido por el vasto uso por parte de los personajes del antiguo texto chino de las previsiones I Ching.
PKD, con sus obras ha anticipado –como los hacen sus celebérrimos personajes pre-cog – ciertos temas que hoy atraviesan nuestras sociedades. Ejemplo de ello es la novela Fluyan mis lágrimas, dijo el policía (1974) que trata el tema de la importancia central de los medios de comunicación en la sociedad. O, por otro lado, Dick tiene el privilegio de haber descrito con mucha anticipación una sociedad –la nuestra– en la que la tecnología nos invade no siempre con sentido positivo. De esta manera, se podría decir que si Julio Verne predijo la invención de muchos objetos y tecnologías, PKD predijo sociedades enteras. No sólo anticipó la creación de robots o de pastillas “de la felicidad” –el Prozac, por ejemplo– sino imaginó a lo largo de sus obras el futuro alienado y enajenado en el que parecemos condenados a vivir.
La cinematografía contemporánea nunca se atrevió a retomar las grandes obras de PKDUbik –enredada historia de espionaje y contraespionaje industrial suspendida entre vida y semi vida en la que aparecen personajes con poderes “especiales”– o Los tres estigmas de Palmer Eldritch –historia de la guerra comercial entre dos empresarios dedicados a la creación de mundos ficticios a través de sustancias psicotrópicas– o, inclusive, Lotería solar –su primera, alucinada, novela. Al contrario, el gran cine se ha dedicado a rescatar los cuentos de Dick, poniendo en la pantalla grande historias como Total Recall (Vengador del futuro, 1990), filmada parcialmente en Ciudad de México; Infiltrado (2002); Minority Report (2002); A Scanner Darkly (2006), entre otras. como fueron
Un escritor complejo, difícil de interpretar, contradictorio y con un mensaje tan claramente pesimista e introvertido como real e imaginario al mismo tiempo. Un autor que, según las palabras del autor del celebérrimo cómic Maus, relato de un superviviente (1980-1991) Art Spiegelman, fue fundamental en el siglo pasado. Spiegelman decía: “Lo que Franz Kafka fue la primera mitad del siglo XX, Philp K. Dick lo fue la segunda mitad.” 
pkd, el filósofo
Philip K. Dick no estudió filosofía en la universidad. Tampoco escribió ensayos y libros de corte filosófico. Sus únicos ensayos los escribió en ocasión de algún fortuito encuentro de escritores de ciencia ficción, o para alguna revista especializada. PKD escribió treinta y seis novelas y al menos 121 cuentos cortos. De su obra, sin embargo, no es difícil extrapolar una idea compleja de la realidad que hace del autor estadunidense un pensador moderno que es posible adscribir al vasto abanico de autores –no sólo literarios– que en el siglo pasado se han interrogado acerca de la realidad, la naturaleza del ser humano y las razones de la presencia del mismo en este universo.
Sus ensayos no contienen tesis que demostrar. Son más bien una colección de ideas muy diversas y desordenadas de un hombre culto que se dedicó a lecturas igualmente desordenadas, condimentándolas con una gran imaginación, sin duda alimentada por su peculiar vivencia –problemas psicológicos constantes, dificultad en las relaciones sociales, abuso de sustancias psicotrópicas, etcétera. Su búsqueda no fue la de examinar conceptos abstractos, de revelar contradicciones, de justificar y defender sus conclusiones críticas. Parece más bien que la única preocupación de PKD fue la de dar forma a su propia “visión” del mundo.
PKD lo dijo tal cual: “Las dos cuestiones que me interesan son: ¿qué es la realidad? y ¿qué caracteriza al auténtico ser humano?” Y, en su diario personal, añadía: “Son ya veintisiete años que publico novelas y cuentos y nunca dejé de investigar estas cuestiones íntimamente ligadas entre sí. Las considero extremadamente importantes.” Hace dos siglo, Immanuel Kant decía, acerca de la filosofía, algo parecido, ya que la definía como “la ciencia de los fines últimos de la razón”. El filósofo alemán preguntaba: “¿Qué puedo conocer, qué tengo que hacer, qué se me permite esperar, qué es el hombre?”
Así las cosas, se podría decir que PKD cumple con los preceptos de esa filosofía occidental ratificada por el filósofo alemán un siglo antes. Sin embargo, el autor estadunidense es un servidor indisciplinado de esa tarea. Sus armas preferidas no fueron la demostración lógica, la especulación erudita y sutil, sino la anécdota obscura y fulminante, la visión que rompe con la imagen más acostumbrada del mundo. De sí mismo PKD decía: “Soy un filósofo-escritor, no un novelista: utilizo mi habilidad de escritor de novelas y cuentos como un medio para formular mi sentir.” Y añadía: “En el centro de mis escritos no hay arte, sino verdad.”
Lo anterior PKD se lo reconoce en general al género literario de la ciencia ficción, cuando éste va más allá de la mera evasión de la realidad. En este aspecto reside quizás la mayor aportación del autor al género literario. La ciencia ficción requiere de “la creación de un universo ficticio, de una sociedad que no existe realmente, un mundo transformado en algo que no es, o aún no es.” Una “transposición fundamentada de la realidad” que es una representación de una realidad posible. PKD insistía en decir que la ciencia ficción debe constituir un estimulo al despertar, en la mente del lector, de pensamientos e hipótesis que hasta ese momento –el momento de leer– no había tomado en cuenta.
Sólo de esta manera la actividad literaria alcanza el fin deseado por PKD, es decir, dar forma a su propio sentir a través de la narración de historias, personajes y situaciones que, aún no perteneciendo a la que con tanta obstinada certeza es llamada “realidad”, pueden tarde o temprano empatar con la verdad. Sin duda una visión peculiar que permite a Lawrence Sutin, profesor y autor estadunidense de una amplia biografía de PKD, comparar al autor de ciencia ficción con los filósofos presocráticos, mismos que exponían sus doctrinas en amplios poemas con ricas metáforas y elementos mitológicos. Con el uso del mito (mythos = “narración”), la búsqueda filosófica se volcaba a la percepción de un origen.
Verdad y locura
Philip K. Dick es reconocido como un autor muy prolífico. No sólo por la importante producción literaria, sino por la que muchos definen como su “funambulesca imaginación”. En sus obras el lector es llamado a vivir las historias –y aventuras también– de los protagonistas “normales”, en ocasiones similares a antihéroes inmersos en universos alternativos, con personajes suspendidos en estado de “semi vida”, rodeados –en ocasiones sin saberlo, siendo ellos mismos– por androides (simulacros, como los define el mismo PKD) con “rostro humano” y por hombres crueles aunque paradójicamente justos.
Al tomar en las manos una novela de PKD, el lector es literalmente “tragado” por las invenciones fruto de una imaginación compleja, siempre lista para ofrecer sorpresa, desencanto y “golpe escénico”. Las historias que PKD cuenta conservan siempre una duda de fondo, una contradicción aparente que confunde en un primer momento, pero que, terminando la lectura, obliga a la reflexión frente una ineludible verdad dickiana: verdad y locura se mezclan siempre. En cierto sentido, se podría afirmar que la obra de PKD ofrece los estímulos hoy en día –en 2011– absolutamente a la altura de esa “crisis de sentido” típica de nuestra época. Las historias de PKD son como caminos trazados en la oscuridad, caminos aún por explorar. Quizás no lleven a ningún lado. Quizás, siendo caminos, llevan en sí la idea de que la verdad es ella misma camino, búsqueda, extravío y estupor sin fin.

Guido Picelli, comandante antifascista

18 aprile 2010 Lascia un commento

El presente artículo fue publicado en el periodico mexicano La Jornada el día 18 de abril de 2010
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¿Cómo se define un héroe? ¿Por sus gestas? ¿Por su actitud frente a la vida? ¿Por la dinámica de su muerte? ¿O simplemente por algún aislado episodio en su existencia? Cualesquiera sean las respuestas, hay personajes en la historia de la humanidad que, logrando reunir esos y otros requisitos, obligan – incluso a quienes no somos partidarios de las definiciones grandilocuentes – a buscar adjetivos y descripciones capaces de distinguir una vida de la otra. Diferenciar las vidas dedicadas a la normalidad del cauce planteado por el poder establecido, de las vidas guiadas por ideales y principios tan firmes y claros que no permiten la corrupción ética por parte de las épocas históricas o de los miedos en los tiempos difíciles.

El italiano Guido Picelli era así: un valiente de firmes convicciones. Una persona congruente, se podría decir. O más bien una persona que nunca se rindió. Nunca, ni frente a sus enemigos, tan poderosos como lo fue el gobierno fascista de Benito Mussolini, ni frente a los supuestos “compañeros” que lo orillaron, por así decirlo, el 5 de enero de 1937, a morir de un balazo que le perforó el corazón de atrás hacia delante – así es: por la espalda – mientras demostraba sus capacidades y su generosidad frente a su batallón en la Guerra civil en España.

EL HÉROE DE LOS “CINCO DÍAS”

El 9 de octubre pasado, en la ciudad italiana de Parma, en el norte de la península, un grupo de ciudadanos clamaba al gobierno municipal un monumento por el paisano Guido Picelli, olvidado por la historiografía oficial, y, sin embargo, desde hace noventa y un años vivo en el corazón de la memoria colectiva de aquella ciudad. El 9 de octubre se recordaba, en una modesta ceremonia, el nacimiento de Picelli en Parma, sucedido en 1889. Y se clamaba por un monumento digno de ese hombre, hijo de esas tierras que defendió heroicamente en agosto de 1922. En efecto, en aquel mes, al frente de unos cuatrocientos antifascistas, reunidos en un frente único – concepto estratégico-político muy querido por el italiano -, Picelli logró resistir durante cinco días a miles de fascistas armados que, al mando del jerarca Italo Balbo, intentaban tomar la ciudad de Parma. El héroe de los “cinco días de Parma” fue diputado del Partido Socialista Italiano, independiente en las listas del Partido Comunista Italiano (PCI), siempre convencido militante antifascista, fundador de la histórica organización Arditi del Popolo (literalmente: Intrépidos del Pueblo), que se planteaba la resistencia armada frente a las oleadas violentas del incipiente régimen fascista. Mientras los más se quedaban a la espera de los eventos, cuando muchos no creían en la amenaza fascista, durante esos años Picelli combatió al fascismo, poniendo en riesgo antes que todo su propia vida.

La historia de Guido Picelli es poco conocida, inclusive en Italia. Las razones son de diferente índole. No fue solamente la necesidad de aislar la memoria de quien en la última etapa de su vida se había convertido en un obstáculo al diseño “comunista” pensado en Moscú por Stalin y avalado en Italia por Palmiro Togliatti, el histórico secretario del PCI; fue también la necesidad de acotar y poner a la sombra la capacidad de un antifascista que había entendido desde un principio el peligro fascista en Italia y había comprendido que la resistencia unitaria y firme era cosa necesaria y útil. Sus llamados a la unidad entre antifascistas, comunistas, socialistas, anarquistas y luchadores sociales de otra índole, así como sus tácticas desarrolladas en el frente de batalla (y no en las oficinas de los partidos), no fueron escuchadas ni en ese entonces, cuando el fascismo se iba imponiendo con el garrote; ni más tarde, cuando Picelli se asomó durante unos meses en el frente republicano durante la Guerra civil en España.

No obstante lo anterior, en años recientes, la tenaz voluntad del colega (y muy estimado amigo de quien escribe) Giancarlo Bocchi – director de cine, periodista y fiero conciudadano de Guido Picelli – permitieron la publicación de documentos inéditos que arrojan nueva luz acerca de la vida del antifascista italiano. Dichos documentos se suman a otra obra literaria, La grande cruzada, publicada en 1940 y escrita por Gustav Regler, escritor amigo de Hemingway e importante comandante de las Brigadas Internacionalistas, en las que Picelli es descrito no sólo por la gran fama que le rodeaba desde los años veinte en toda Europa, sino por el papel que desempeñó en calidad de oficial de los Internacionalistas.

ACOSO Y AMENAZA

Tras la victoriosa batalla de Parma y ya diputado en el claudicante Parlamento italiano, Guido Picelli se convierte en objetivo prioritario de la represión fascista. En 1923, un disparo a pocos metros de distancia le deja nada más una cicatriz en la frente, gracias a los prontos reflejos del militante. Un año después, el 31 de diciembre de 1924, una nota periodística clandestina denunciaba que “también el compañero Picelli debía de ser suprimido” por la policía fascista. La noticia reportaba las confesiones de un sicario fascista, Vincenzo Tonti, quien, bajo encargo de la policía de Roma y de Parma, tenía la encomienda de “golpear hasta la sangre o desaparecer al diputado Picelli”. El atentado, que de haberse realizado habría seguido al trágico asesinato del diputado socialista Giacomo Matteotti del 10 de junio de 1924, no se llevó a cabo sólo porque el sicario desistió en virtud de que pudo “apreciar sus (de Picelli) óptimas calidades de ánimo y sus acciones dignas de un verdadero caballero”. El sicario se arrepiente y Picelli tiene salva la vida.

Ya bajo estas condiciones de acoso y amenaza, fomentadas también por las audaces acciones de Picelli, quien, por ejemplo, el primero de mayo de 1924, burlando los controles fascistas, puso la bandera roja con la hoz y el martillo en el Parlamento italiano, tras ser detenido, logra escapar primero a Bélgica y luego hasta la Unión Soviética. Es durante su permanencia en Moscú que Picelli entra en conflicto con el comunismo promovido por Stalin. Él, definido como el “comandante militar” o el “mayor hombre de acción” del Partido Comunista Italiano, se encuentra inmiscuido en las luchas intestinas al comunismo soviético, terminando por ser puesto bajo sospecha primero, y abiertamente acosado después, por el régimen de Stalin. Entre los documentos hallados por Bocchi en los archivos de Moscú, se encuentra la carta que Picelli, desilusionado y al borde de la depresión, envía el 9 de marzo de 1935 a Palmiro Togliatti, líder incontestado del PCI. En ella, el antifascista de Parma escribe: “Después de ser despedido por la Escuela leninista y por el Comintern, me orillan a pensar que alguien me considera incapaz y que la experiencia de la guerra [la primera guerra mundial] y de la guerra civil [en contra del fascismo en Italia] no ha servido de nada”. El líder italiano, uno de los mejores amigos de Stalin, interviene aislando aún más a Picelli. Consciente de estar a un paso de los campos de trabajo de Stalin, decide escapar. No sin dificultad, llega primero a París y de ahí a España, en donde ya había estallado la Guerra civil entre la República y los reaccionarios de Francisco Franco.

COMANDANTE INTERNACIONALISTA

Comienza así la última etapa de la vida de Guido Picelli. En París, el italiano antifascista entra en contacto con los dirigentes de Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), la escisión contraria a Stalin del Partido Comunista Español. El dirigente, Andrés Nin, propone a Picelli ser comandante de un batallón del Partido en la guerra que ya se está peleando en la península ibérica. Sin embargo, en España, la noticia de la próxima llegada del comandante Picelli llega antes de que él mismo tome una decisión. Los voluntarios italianos exigen ser dirigidos por él. Los dirigentes del PCI en España ya no saben qué hacer: ¿rechazar al que Togliatti había definido “el compañero italiano sin partido” o aceptarlo por aclamación popular? Finalmente, el PCI, que no puede permitir que uno de los suyos se pase a la oposición del POUM, envía un embajador, quien convence a Picelli de convertirse en comandante del Noveno Batallón de las Brigadas Internacionales. El riesgo es enorme y el antifascista italiano lo sabe: está a punto de entrar en las filas de los estalinistas, justo después de la ruptura en Moscú. Sin embargo, acepta, quizás ilusionado con poder construir ahí, en esas brigadas internacionales, la unidad antifascista que anduvo buscando y creando durante toda su vida.

Tras un escaso mes de entrenamiento, durante el cual – cuenta la leyenda – los internacionalistas bajo el mando de Picelli tenían tantas ganas de pelear bajo su mando que inclusive protestaron frente al comandante demandando que ya se lanzaran a la batalla, los mandos comunistas le quitan el puesto al comandante italiano y le encargan “solamente” una compañía. Picelli comprende que, quizá, tras esa decisión se encuentra la mano de los estalinistas. Pero los demás que lo acompañan parecen no entender a plenitud la situación. En La grande cruzada, Regler escribe: “¡Picelli merecería el mando de una brigada!” En el mismo libro, el autor cita al comandante supremo de la XII Brigada: “¿Cómo puedo decirle que lo admiro? Quisiera que supiera que todos pensamos que es un gran hombre”. Luego al mismo comandante de la Brigada Garibaldi, aquel Randolfo Pacciardi afín a la línea estalinista del PCI: “Quisiera entregarle el mando, según yo él es uno de los grandes italianos”.

En una entrevista recogida por Bocchi hace un año, Antonio Eletto, uno de los últimos sobrevivientes de la Brigada Garibaldi, hoy de noventa y cinco años de edad, quien dice haber conocido “muy bien a Picelli” por haber peleado bajo su mando, cuenta: “Picelli era un gran hombre. Aunque yo fuera un soldado raso me trataba como a un hermano”. Y confirma los múltiples testimonios que describen al comandante antifascista italiano como a una persona valiente, inteligente, con la mirada y la actitud segura, pero también por sus cualidades físicas, es decir alto, fuerte, e inclusive “de buen parecer”. Dice Eletto: “Se parecía mucho al actor Vittorio De Sica [actor y director del neorrealismo italiano]. Parecían gemelos: misma sonrisa irónica, mismo bigote, misma compostura”.

Con todo y los obstáculos internos, Picelli se distinguió en batalla como ya lo había hecho en Parma y en otros muchos episodios en la Italia fascista.

MUERTO EN BATALLA

Pocas semanas después, tras conquistar el monte El Matoral, posición estratégica a un centenar de kilómetros de Madrid, una bala perdida cruzó de parte a parte el corazón de Picelli. Entrando por la espalda, la bala le rompió el corazón y lo dejó en el terreno recién liberado por el sueño libertario de los Internacionalistas. La muerte de Picelli tuvo lugar la tarde de ese lejano 5 de enero de 1937. Muerto en batalla.

En Parma – y en muchos otros lugares – falta un monumento digno que reconozca las gestas heroicas, el valor y la audacia, la generosidad, la perspicacia y la claridad de visión del comandante antifascista Guido Picelli. En toda Italia, sin embargo, existen calles y algunas plazas dedicadas al antifascista italiano. En su ciudad natal, una placa adorna una esquina de la calle Borgo Cocconi y dice de Picelli:

Brillante expresión del heroísmo popular. Caudillo, animador incansable, firme defensor de nuestra ciudad en contra de las oleadas fascistas en 1922 encabezando los intrépidos del pueblo, diputado comunista en el Parlamento, en las cárceles fascistas ejemplo para los compañeros, se inmoló en tierra de España en 1937 combatiendo por la Libertad en la pauta marcada por la tradición de Garibaldi. Vivirá eternamente en la memoria de los pueblos.